viernes, 24 de septiembre de 2010

Café la nube. (Novela en seis actos). Dedicada a Rafael Chaparro Madiedo.

III.

Ahora ya no me siento tan rara por culpa de él, pues ha tenido comportamientos normales, sobre todo cuando su aliento huele a lata de cerveza revuelta con aguardiente y no le importa nada, ni siquiera él. Ya me ha hecho tres showcitos cuando huele a alcohol, tres showcitos normales de esos que uno quiere mandar todo a la mierda, quiere mandarlo a la mierda y miércoles, yo también quisiera estar en la mierda. Ahora pienso que la mierda es un lugar muy codiciado.

Yo no sé a que huelen sus mañanas luego de una salida en las que se embriaga como si se estuviera purgando, pero deben oler a algo bueno porque se levanta arrepentido y quiere que yo haga como si nada. Pero no, yo no hago como si nada, porque si hiciera como si nada no lo quisiera mandar a la mierda, y si lo quiero mandar a la mierda es porque lo quiero, y yo le digo que es imposible que con esos ojos saltones no se de cuenta lo que ha hecho, lo mal que me ha hecho sentir, y él me dice que es imposible que yo con estas orejotas no lo escuche y sólo escucho lo malo porque lo bueno es pasajero, lo malo es el común denominador de los días, lo malo es comer hamburguesas y todo el mundo le gustan, lo malo es desear la pareja del prójimo y todo el mundo desea a los demás. Sus mañanas deben oler a premio nobel de química para sentir que yo debo estar a su lado. Sus mañanas deben oler a ropa recién lavada y recién extendida. Pero las mías cuando él me hace algo malo huelen a vómito trasnochado y no quiero imaginar a que saben. Lo quiero.