Llueve y hace sol en la carrera Séptima de Bogotá D.C. Caen espesas gotas de cristal gris. Mil nubes de vapor suben pegadas a los rostros. Las palabras de la gente parecen pequeños aviones que tienen el horizonte perdido en los cúmulos del monóxido: son aviones con el piloto automático pegado a ese altímetro que dice “2600 metros de paranoia sobre el nivel del mar”. El perfume de los andenes se levanta hasta la gran bóveda del cielo bogotano. El cielo parece la enorme carpa rota de un circo triste donde las bestias y duendes de la ciudad se destrozan, se aman, se encuentran y se desencuentran en medio de la algarabía de un público que va sentado en el interior del bus ejecutivo. Es la misma gente que unas calles más adelante, cuando la neurosis está rotulada con la nomenclatura 20-24, se baja del bus y camina por la carrera Séptima dando tumbos embriagados por el licor gaseoso de los exostos. Todo esto hace parte del proceso de fotosíntesis del smog: llueve, se mojan los pitos, las suelas de los zapatos se deslizan, los areteros retornan a sus hoteluchos del centro, hace sol, los policías brillan su chapa a la americana, llueve, Batman sólo sale cada quince días al mercado. Hace sol. Nadie se pregunta cómo hace sol. Tal vez en la fábrica de carrocerías “El Sol”. Popeye sigue sufriendo por Oliva, un 8 de diciembre John Lenon murió asesinado en frente del Dakota Building -cerca de la 72 en Nueva York- y ahora, en la carrera Séptima al lado de las hermanitas Calle. Llueve, se mojan los pitos de los carros que parecen brillantes dragones de cuatro velocidades. En verdad, bajo la gran carpa del circo del cielo bogotano la ciudad hace sentir su grito mojado.
Es difícil amar en la gran ciudad. La ciudad endurece las palabras de amor. La carrera Séptima, zona centro de la ciudad, no es la excepción. Un beso en la calle 20, en el parque de las Nieves, sabe inevitablemente a teléfono o a manifestación de la UP. Un beso con sabor a teléfono es ese que se da a larga distancia. Un beso de la UP corre el riesgo de ser desaparecido. Es un beso en medio del reflejo de los cascos de cristal pesado de los policías antimotines, un beso que hace llorar de la emoción que producen las cápsulas de amor de los dragones verdes: el lacrimógeno. En este sitio los besos saben a estado de sitio. Dicen que en las noches, varias parejas de enamorados han sido asaltadas por una criatura que tiene en vilo a todos los hombres de ciencia de la calle 45 con carrera 30: se trata del abominable hombre del parque de las Nieves.
* Tomado de Zoológicos urbanos. Historias Mutantes de Rafael Chaparro Madiedo. Alejandro González compilador. Editorial Universidad de Antioquia.