La hoja cayó, el viento la arrastró, el agua la mojó, el perro la orinó, el gamín la pisó, el carro la movió; con el paso de los días la hoja no existió más. Pero el árbol siguió arrojando mas hojas al suelo húmedo, sucio e infértil, todas corrieron la misma suerte: dejaron de existir. Las personas son como las hojas: arrojadas al suelo, pisoteadas, orinadas y llega la maravillosa bendición de dejar de existir.
*Autor: José Antonio Buenaventura.