TILINGUISTINGUIS
o
memorias vagabundas
Julio César Alvarado
Mosquera
La incómoda
sensación de llevar algo en los bolsillos
Me siento sucio, asqueroso y repugnante cuando traigo
algo en los bolsillos. Quien carga algo en los bolsillos no puede dignarse de
ser un ser completamente libre. Quien carga metálico, llaves, celulares y mil
maricaditas más, que caben en esas estúpidas bolsas, es un vil prostituto de
ese paupérrimo sistema llamado capitalismo. Es por eso que al terminar mis
labores diarias, desembolso todo lo que traen mis pantalones. Talvez esa es la razón por la cual nunca
tengo nada para dar, excepto la erección de mi pene, que es lo único que
permanece en ellos.
A mi padre
Nunca he entendido la forma que tiene mi papá para
educarme, es muy animal, muy pobre, muy humillante, degradante, uno se siente
como un delincuente en la casa; en una ocasión me trató de ladrón, ahora que
tengo unos años más después de eso, pienso que si yo fuera ladrón, no perdería
mi tiempo estudiando y creyendo que lo que estudio puede generar algo bueno en
mí y en mi país, si fuera ladrón haría lo que él hizo: me lanzaría a la
alcaldía en una campaña patrocinada por “narcos”,
y así estando de alcalde robaría de frente, luego montaría una empresa
haciéndole creer a todo el mundo que es el sueño de mi vida, pero no!!! Yo no
soy así, las cosas para mí por lo mismo son distintas; yo creo en un país sin
corrupción, él está inmerso en la corrupción, con firmeza espero una sociedad
más solidaria e igualitaria, él es solidario cuando le conviene, y así sucesivamente,
como dice Piero: es que somos tan
distintos, por eso sé que ese abismo de diferencia es lo que desemboca en
su personalidad medio inconsistente, en mi personalidad fuerte y cruel, humano demasiado humano.
Nuestras cenas son combates de miradas, palabras, pero
como es el que manda, nada que hacer, además no sería bueno que mis hermanos se
enteraran de lo que estoy diciendo aquí, ellos sienten miedo, ¡yo no! lo
aparento y a él le debo esto que aparento, todo lo que aparento ser, la
diplomacia que me toca manejar en todo lugar se la debo, él no fue capaz,
desconoce a su propia madre, nunca la escuchó, nunca supo que pasó, sin embargo
la juzga. Y tiene más hermanos y también los desconoce, desconoce su propia
naturaleza y se disfraza bajo la capa de EN
DIOS CONFIAMOS (como todas las grandes farsas de la historia). Fuera de
casa es una nota y dentro, una disonancia, todos le temen, no porque lo
respeten, porque no hay autoridad sin ejemplo, sino por temor, porque es poco
persona, es un hampón, hasta marihuanero fue, y cree que después de tener seis
hijos y sin saber cuantos más por ahí regados, va a dar clases de ejemplo y
moralidad, moralidad que me intoxica. Nada suyo pongo en práctica, sus enseñanzas
son regalos inertes que satisfacen mi contrariedad hacia él, por eso se van
voluntariamente por el inodoro, se van como se van muchas vidas, menos la mía,
pues estoy haciendo de ella algo apasionante y servicial, no como la de él tan
mendiga, tan indigna, tan mezquina.
Las pistolas del amor
Las
pistolas del amor apuntan en mi dirección y yo no hago más que esquivarlas,
pero sé que eso no puedo hacerlo siempre.
Yo.
Como de costumbre me levanté temprano, preparé un café.
Una buena ducha, buen traje y salí. Ese día tenía pensado hacer muchas cosas
luego de la rutina universitaria. Llegué a clase de siete, era una mañana
estupenda. De repente mi mirada chocó con la de ella, pero fue una extraña
mirada, no era una mirada penetrante, era una mirada que atravesaba, lleve mi
mano derecha al bolsillo derecho delantero del pantalón para asegurarme de que
llevaba la pistola; no era una pistola convencional, era una pistola especial,
con esa pistola había llevado bastantes mujeres a mi cama, me había ido y
venido muchas veces allí; pero la pistola no estaba. De reserva cargo otra en
el morral, lo abrí apresuradamente y no estaba tampoco. Volví mis ojos hacia
ella y noté que tenía algo en sus manos haciendo movimientos circulares con sus
dedos índices, cuando se detuvo quedé estupefacto, eran mis pistolas, mis
pistolas del amor. Me pregunté ¿cómo había logrado sacarles?, ¿con qué fin?
Luego me enteraría.
Cuando terminó dicha rutina, ella se acercó a mí, me
entregó las pistolas y me besó en la boca, en seguida guardé las pistolas en su
lugar, la invité a almorzar. Como siempre me di mañas para llevarla a mi
apartamento. Ella accedió. Estando allí nos volvimos a besar, en ese momento
juzgué a la naturaleza por haberme hecho solo dos manos, su ropa y la mía
hacían un extraordinario desorden en la alfombra de la sala, mientras mi cuerpo
encajado en el suyo se movía con mecanismos de orquesta en mi alcoba. Su
vientre después de un rato recibió millones de seres que solo tienen cabeza y
cola. Nos bañamos juntos, y no sé para qué, si después del baño volvimos a
dejar la ropa en la sala y nuestros cuerpos en la alcoba.
Fue extraño, muy extraño para mí que sin haber usado las
pistolas hubiera estado con ella. Luego de la segunda vez se envolvió en una
toalla y buscó mi morral, luego mi pantalón, cuando recordé el suceso de esa
mañana ya era tarde, ella estaba frente a mi apuntándome con mis pistolas. Sin
dejarme tan solo parar de la cama y cubrirme con algo, apretó el gatillo de
una…y Pum!!! Luego de la otra y otro…Pum!!!
Ese día después de tanto tiempo mis pistolitas estaban
dando en su blanco, eso me hizo sonreír, pero cuando la primera bala penetró en
el blanco sentí un aguijón en mi corazón. Después de tantos años mi aletargada
mentalidad canina me hizo saber que ese blanco era yo mismo. Esta vez no me
dominaban los ojos bonitos, los besos apasionados, las noches felices sin
sueño, los compromisos peligrosos; lo que pasaba por mi cabeza era mi vida
amorosa, pasaron como si fuera un desfile una a una las mujeres con las que
había estado. La segunda bala penetró en el mismo lugar que la otra y la hundió
más. No pude pronunciar palabra alguna, solo seguía sonriendo y observándola
con la plena seguridad que ella estaba cerca pero muy lejos de tenerla para
siempre (la única vez que he sentido eso de querer a alguien para siempre). Y
así cayendo de la cama al suelo totalmente desnudo, mi vida se fue, mi hermosa
y apasionante vida, se escurrió. Pasaron muchas cosas antes del último sístole
y el último diástole, mi último recuerdo es cuando estuve en el vientre de mi
madre.
Ni mis familiares, ni los médicos, ni las autoridades
fúnebres lograron quitarme la sonrisa con la que había muerto, la mejor sonrisa
que haya podido tener, esa sonrisa que quedó encerrada en un cajón con un
montón de tierra encima. Ese fue mi final, asesinado con esas pistolas que
muchas veces usé a mi favor…
…esas pistolas desconocidas para muchos, cercanas para
mi, las pistolas que me hacían sentir vivo, las pistolas que dibujaban una
sonrisa en mi rostro, las pistolas que me quitaron la vida, esas pistolas…mis
pistolas del amor.