lunes, 9 de abril de 2012

TILINGUISTINGUIS

o memorias vagabundas

Julio César Alvarado Mosquera
 

La incómoda sensación de llevar algo en los bolsillos

Me siento sucio, asqueroso y repugnante cuando traigo algo en los bolsillos. Quien carga algo en los bolsillos no puede dignarse de ser un ser completamente libre. Quien carga metálico, llaves, celulares y mil maricaditas más, que caben en esas estúpidas bolsas, es un vil prostituto de ese paupérrimo sistema llamado capitalismo. Es por eso que al terminar mis labores diarias, desembolso todo lo que traen mis pantalones.  Talvez esa es la razón por la cual nunca tengo nada para dar, excepto la erección de mi pene, que es lo único que permanece en ellos.



A mi padre

Nunca he entendido la forma que tiene mi papá para educarme, es muy animal, muy pobre, muy humillante, degradante, uno se siente como un delincuente en la casa; en una ocasión me trató de ladrón, ahora que tengo unos años más después de eso, pienso que si yo fuera ladrón, no perdería mi tiempo estudiando y creyendo que lo que estudio puede generar algo bueno en mí y en mi país, si fuera ladrón haría lo que él hizo: me lanzaría a la alcaldía en una campaña patrocinada por “narcos”, y así estando de alcalde robaría de frente, luego montaría una empresa haciéndole creer a todo el mundo que es el sueño de mi vida, pero no!!! Yo no soy así, las cosas para mí por lo mismo son distintas; yo creo en un país sin corrupción, él está inmerso en la corrupción, con firmeza espero una sociedad más solidaria e igualitaria, él es solidario cuando le conviene, y así sucesivamente, como dice Piero: es que somos tan distintos, por eso sé que ese abismo de diferencia es lo que desemboca en su personalidad medio inconsistente, en mi personalidad fuerte y cruel, humano demasiado humano.
Nuestras cenas son combates de miradas, palabras, pero como es el que manda, nada que hacer, además no sería bueno que mis hermanos se enteraran de lo que estoy diciendo aquí, ellos sienten miedo, ¡yo no! lo aparento y a él le debo esto que aparento, todo lo que aparento ser, la diplomacia que me toca manejar en todo lugar se la debo, él no fue capaz, desconoce a su propia madre, nunca la escuchó, nunca supo que pasó, sin embargo la juzga. Y tiene más hermanos y también los desconoce, desconoce su propia naturaleza y se disfraza bajo la capa de EN DIOS CONFIAMOS (como todas las grandes farsas de la historia). Fuera de casa es una nota y dentro, una disonancia, todos le temen, no porque lo respeten, porque no hay autoridad sin ejemplo, sino por temor, porque es poco persona, es un hampón, hasta marihuanero fue, y cree que después de tener seis hijos y sin saber cuantos más por ahí regados, va a dar clases de ejemplo y moralidad, moralidad que me intoxica. Nada suyo pongo en práctica, sus enseñanzas son regalos inertes que satisfacen mi contrariedad hacia él, por eso se van voluntariamente por el inodoro, se van como se van muchas vidas, menos la mía, pues estoy haciendo de ella algo apasionante y servicial, no como la de él tan mendiga, tan indigna, tan mezquina.



Las pistolas del amor

Las pistolas del amor apuntan en mi dirección y yo no hago más que esquivarlas, pero sé que eso no puedo hacerlo siempre.
Yo.

Como de costumbre me levanté temprano, preparé un café. Una buena ducha, buen traje y salí. Ese día tenía pensado hacer muchas cosas luego de la rutina universitaria. Llegué a clase de siete, era una mañana estupenda. De repente mi mirada chocó con la de ella, pero fue una extraña mirada, no era una mirada penetrante, era una mirada que atravesaba, lleve mi mano derecha al bolsillo derecho delantero del pantalón para asegurarme de que llevaba la pistola; no era una pistola convencional, era una pistola especial, con esa pistola había llevado bastantes mujeres a mi cama, me había ido y venido muchas veces allí; pero la pistola no estaba. De reserva cargo otra en el morral, lo abrí apresuradamente y no estaba tampoco. Volví mis ojos hacia ella y noté que tenía algo en sus manos haciendo movimientos circulares con sus dedos índices, cuando se detuvo quedé estupefacto, eran mis pistolas, mis pistolas del amor. Me pregunté ¿cómo había logrado sacarles?, ¿con qué fin? Luego me enteraría.

Cuando terminó dicha rutina, ella se acercó a mí, me entregó las pistolas y me besó en la boca, en seguida guardé las pistolas en su lugar, la invité a almorzar. Como siempre me di mañas para llevarla a mi apartamento. Ella accedió. Estando allí nos volvimos a besar, en ese momento juzgué a la naturaleza por haberme hecho solo dos manos, su ropa y la mía hacían un extraordinario desorden en la alfombra de la sala, mientras mi cuerpo encajado en el suyo se movía con mecanismos de orquesta en mi alcoba. Su vientre después de un rato recibió millones de seres que solo tienen cabeza y cola. Nos bañamos juntos, y no sé para qué, si después del baño volvimos a dejar la ropa en la sala y nuestros cuerpos en la alcoba.

Fue extraño, muy extraño para mí que sin haber usado las pistolas hubiera estado con ella. Luego de la segunda vez se envolvió en una toalla y buscó mi morral, luego mi pantalón, cuando recordé el suceso de esa mañana ya era tarde, ella estaba frente a mi apuntándome con mis pistolas. Sin dejarme tan solo parar de la cama y cubrirme con algo, apretó el gatillo de una…y  Pum!!!  Luego de la otra y otro…Pum!!!

Ese día después de tanto tiempo mis pistolitas estaban dando en su blanco, eso me hizo sonreír, pero cuando la primera bala penetró en el blanco sentí un aguijón en mi corazón. Después de tantos años mi aletargada mentalidad canina me hizo saber que ese blanco era yo mismo. Esta vez no me dominaban los ojos bonitos, los besos apasionados, las noches felices sin sueño, los compromisos peligrosos; lo que pasaba por mi cabeza era mi vida amorosa, pasaron como si fuera un desfile una a una las mujeres con las que había estado. La segunda bala penetró en el mismo lugar que la otra y la hundió más. No pude pronunciar palabra alguna, solo seguía sonriendo y observándola con la plena seguridad que ella estaba cerca pero muy lejos de tenerla para siempre (la única vez que he sentido eso de querer a alguien para siempre). Y así cayendo de la cama al suelo totalmente desnudo, mi vida se fue, mi hermosa y apasionante vida, se escurrió. Pasaron muchas cosas antes del último sístole y el último diástole, mi último recuerdo es cuando estuve en el vientre de mi madre.

Ni mis familiares, ni los médicos, ni las autoridades fúnebres lograron quitarme la sonrisa con la que había muerto, la mejor sonrisa que haya podido tener, esa sonrisa que quedó encerrada en un cajón con un montón de tierra encima. Ese fue mi final, asesinado con esas pistolas que muchas veces usé a mi favor…
…esas pistolas desconocidas para muchos, cercanas para mi, las pistolas que me hacían sentir vivo, las pistolas que dibujaban una sonrisa en mi rostro, las pistolas que me quitaron la vida, esas pistolas…mis pistolas del amor.