martes, 29 de junio de 2010

Algo sobre la Nada.


El manifiesto nadaísta cumplió 50 años y como la mejor manera, o mejor, la única manera de rendirle homenaje a algún elemento que integre el mundo libre de las letras es leyéndolo, a continuación transcribo el artículo elaborado por alguien que sabe: la periodista Laura Juliana Muñoz en la Revista Cronopio, con un agregado: su diálogo con el nadaísta Jotamario Arbeláez.

Se cumplen 50 años desde que Gonzalo Arango, un poeta paisa, fundó el movimiento nadaísta. Sus representantes llaman a esta fecha «las bodas sin oro» porque, según ellos, lo único que atesoraron fueron cánticos a la vida.

Para los que poco conocen de las obras de Eduardo Escobar, Jotamario Arbeláez, Darío Lemos, Elmo Valencia y otros tantos, su manifiesto rezaba: «la misión es esta: no dejar una fe intacta ni un ídolo en su sitio. Todo lo que está consagrado como adorable por el orden imperante en Colombia, será examinado y revisado. Se conservará solamente aquello que esté orientado hacia la revolución y que funde, por su consistencia indestructible, los cimientos de la sociedad nueva. Lo demás será removido y destruido».

Actualmente se han muerto «la mitad mas uno» del Nadaísmo. Uno de los ‘vivos’ es el poeta y escritor Jotamario Arbeláez. Tiene 68 años y escribe para publicaciones como El Tiempo, Semana, Credencial y Soho. Sus libros más conocidos son El profeta en su casa (1966), El libro rojo de Rojas (1970) y El espíritu erótico (1990).

En la mitad de su conferencia sobre «los que ya se fueron», una de las actividades que se desarrolló por la efeméride, pidió excusas al público y avisó que tenía que mojar su garganta. Sacó de la maleta una botella de Aguardiente Néctar y tomó dos copas. Más adelante, le hice una entrevista que se interrumpía cada minuto por un seguidor, el fundador del «Neo-nadaísmo», una anciana ofendida porque Arbeláez mencionó a Dios varias veces en su intervención o su esposa —20 años más joven.

Me ofreció un trago de su botella de licor y con frases inteligentes y románticas sacó a relucir a ese muchacho seductor que con unos buenos cumplidos hacía desfallecer a las jovencitas hippies de los años 60 y 70.

L. J.: ¿Cómo celebra los 50 años del Nadaísmo?

J. M.: Para celebrar los 50 años del Nadaísmo me puse pelo, me mandé a blanquear los dientes, adquirí un blazer de terciopelo para combinar con unos bluyines rotos, me locioné con Kouros, me empaqué un Viagra y salí a caminar por la Zona Rosa en busca de una «ragazza» que complaciera mi furor otoñal o demonio del mediodía.

L. J.: ¿Y la encontró?

J. M.: Estaba seguro de que en este momento la encontraría, cuando llegó usted con su cuestionario.

L. J.: ¿Hoy en día el Nadaísmo tiene nuevos seguidores?

J. M.: Los únicos seguidores que tiene ahora el Nadaísmo son los detectives del Das. Pero no para encarcelarnos sino para leernos sus poemas a ver si los consideramos dignos de ingresar al grupo.

L. J.: ¿Es acaso imposible ser nadaísta en estos tiempos?

J. M.: No sé si imposible pero ahora todo es muy diferente. Hace cincuenta años se cuestionaba que las mujeres tuvieran participación, que usaran minifalda, que hiciéramos el amor antes del matrimonio, que consumiéramos alucinógenos o que escribiéramos cosas que cuestionaran el status quo. Alguno de esos actos daban hasta para la cárcel. Hoy en día la sociedad tiene una mente más ‘abierta’.

L. J.: ¿Qué hay de ese joven contestatario e irreverente en el Jotamario actual?

J. M.: Ya no protesto contra el establecimiento porque el establecimiento es ahora la Casa del Nadaísmo, donde se venden libros de los poetas nadaístas. Y ya no soy irreverente desde que ando con Jesucristo de farra.

L. J.: En muchas de sus intervenciones, en conferencias y talleres habla mucho de Jesucristo. ¿Realmente cree en él?

J. M.: Tuve una experiencia mística muy extraña que me hizo creer en algo así como en la espiritualidad. Es difícil de explicar, es algo muy íntimo. Pero para que puedas dormir tranquila no, no creo en nada.

L. J.: ¿Qué queda del Nadaísmo?

J. M.: Quedan del Nadaísmo la máquina de escribir de Gonzalo, los tacones lejanos de Amílcar, una corona de flores mascadas de Gallinazus, la pipa de Eduardo Escobar, la inyección de Cachifo, un juego de ganzúas de Darío Lemos y la navaja automática con la que yo me defendía de las fans.

L. J.: Además de esa navaja, ¿qué otros aportes le hizo al Nadaísmo?

J. M.: Al Nadaísmo le he aportado tres premios nacionales de poesía. Y uno internacional, el «Chino» Valera Mora, que la Fundación Rómulo Gallegos me acaba de conferir en Venezuela.

L. J.: Cuénteme un poco sobre dos de sus estilos más destacados de escritura: el erotismo y la prosa humorística.

J. M.: Me gusta hacer gozar a la gente. Y no hay nada más cosquilloso que el erotismo y el humor.

L. J.: Desafortunadamente estamos casi a un mes del fallecimiento de su colega, maestra y amor platónico: Fanny Mikey. ¿Cómo la conoció?

J. M.: Yo tenía 18 años cuando la conocí; era mi profesora de expresión corporal en Bellas Artes, en Cali. Yo acostado en el suelo siguiendo sus instrucciones de mover mis extremidades, no me cambiaba por nadie contemplando sus piernas de fantasía.

L. J.: ¿Qué hace falta vivir para escribir como lo hace Jotamario?

J. M.: Lo he vivido todo, pero me gustaría repetir muchas cosas. En especial con las mujeres, los libros y los licores.