domingo, 2 de junio de 2013

Actitud « verde » como efecto placebo.

¿Y si la protección al ambiente, a la naturaleza, es otra estrategia del sistema político-económico capitalista, para su prolongación? La respuesta podemos encontrarla en la actitud de los activistas ambientales que vendrían a ser los primeros culpables de la política económica, ya que inducen a consumir otra clase de productos de la naturaleza y no a detener el consumo que sería lo que cualquier verdadero activista buscaría, entonces los activistas son empresarios que quieren vender sus productos, entrar al mercado con ventajas, con productos que únicamente tienen un efecto placebo sobre el consumidor, pero ninguno bueno sobre el planeta. No encuentro activistas con un esquema diferente trascendente del modo de vida, sus luchas son solo contra ciertas medidas que los Estados toman, en ciertos lugares, es decir, a pedacitos. Detener el consumo, es detener la producción, ésta detiene la consecución de materias primas que en su mayoría están en la naturaleza o tienen efectos nocivos contra ella, y sería la consigna de todo defensor de la vida de la naturaleza.
Una amiga orgullosa de que su modo de vida es el adecuado para una actitud « verde » y anticapitalista, me ha dicho que ella todo lo que tiene en su casa es recogido de la calle, regalado por alguna de sus amistades, y cosas así, me dice que eso es verdaderamente reciclar, reutilizar, que la gente no sabe reciclar, que reciclar no es separar las basuras y ya desentenderse de la basura, que ella encontraba en la basura de las calles cosas que todavía se podían usar y, que eso es una actitud en la que no gastaba dinero y no contaminaba.
Este modo de vida, es el extremo del consumismo, porque consumir no significa gastar dinero, consumir es adquirir productos, preferiblemente con dinero para el sistema económico, pero al fin de cuentas consumir, y recoger lo que hay en la calle es consumir, es el consumismo al extremo, el que compra se abstiene de comprar ciertas cosas, por el gasto que implica sobretodo en época de crisis, pero el que recoge o recibe regalado no tiene límites, vive consumiendo al extremo, o bueno su límite es el espacio de habitación que posea. Sin embargo, hay un hecho aún más profundo de esta supuesta actitud « verde » como modelo de vida: recoger cosas que todavía se pueden usar es aceptar que tiene una vida útil y entonces cuando esa vida termine, ¿qué se hace con el producto? Y, aun más aterrador, si todos tuvieramos esa actitud « verde » no habría suficiente oferta de productos regalados o arrojados, así que, no podría aspirarse a un comportamiento colectivo sino solo a nivel excepcionalmente individual que, requiere de la persona que regale (antes compre y utilice) o arroje a la calle (antes compre y utilice) y de la persona que reciba el regalo o recoja de la calle (para que utilice y arroje, o en algunos casos regale), en otras palabras, se es parásito del sistema capitalista, interviniendo en su cadena de oferta y demanda, sin realizar esfuerzos, pensando que contribuye a la protección de la naturaleza sin evitar el consumo y sin reducirlo siquiera. Otra forma de ser parte de la cadena productiva, esta vez no de forma parásita, sino ingenua, es la actitud de utilizar los frascos, los envases, las cajas de cartón, el papel, los plásticos, etc ., en los que vienen los productos adquiridos para otros usos, por ejemplo: el frasco de la mermelada se vuelve un vaso para servir bebidas o en un porta bolígrafos, pero ¿cuántos frascos de mermelada compramos y cuantos vasos o porta bolígrafos tenemos? Supongamos que el hecho de no arrojar tan solo un frasco ya es reciclar, - llevado en masa lo que ocurría con los envases retornables -,  pero ¿contribuye eso a disminuir la contaminación generada por la producción de frascos de mermelada? El ejemplo puede utilizarse con muchos otros objetos, la ropa que se vuelve trapo de limpiar, la que se regala como causa benéfica (causas benéficas que ya solicitan productos nuevos y no usados),  pero que ingenuamente creen evitar que algo sea basura, cuando solo logran prolongar su vida útil antes de que lo sea. Digo que esto es ingenuo y siguiendo con el ejemplo de los frascos de mermelada, compro tres mermeladas, reciclo dos, arrojo uno, o en el caso que no arroje ninguno, vuelvo a comprar tres de mermelada pero como ya no necesito los frascos, arrojo los tres, estos vuelven a la empresa que fabrica las mermeladas, tienen un proceso de lavado exigente, vuelven a introducirseles la mermelada, y al productor le cuesta menos la puesta en el mercado de esos ‘nuevos’ frascos pero los cobra a lo mismo, o por lo menos yo no he visto que haya rebaja de precios en todos los productos  que requieren de envases no retornables que se retornan los cuales son reciclados, algo así como : « este envase fue reciclado, por lo tanto solo se va cobrar su lavado y su contenido » no, se cobra a lo mismo e incluso, por tener el agregado de proteger el ambiente, es mas costoso, y muchos por el contrario tienen avisos como este: « no me lave, arrójeme a la basura que yo seré reciclado ».  
Creo que si bien tendremos argumentos para decir que esta actitud « verde » tiene consecuencias benéficas para la protección ambiental, considero firmemente que para defender individualmente el ambiente, hay que vivir como se vivía en la época en que no existía la preocupación de su deterioro, es decir, vivir como se vivía antes de los años 70’s[1]. Lo que significa una renuncia a muchos hábitos de hoy y adquirir otros que los nacidos de los años 80’s para acá no tenemos en nuestro chip. Y tomar hábitos desde dentro de un sistema y los propios de una misma época hacen que el sistema adquiera la facultad, la gigante capacidad de llevar sus excesos (en este caso de consumo) hasta convertirlos en sus propias virtudes, y como lo ha anotado Slavoj Zizek : « los excesos chocantes son parte del sistema mismo, el sistema se alimenta de ellos para reproducirse a sí mismo ».



[1] Es a partir de este año en donde se ubica seriamente la preocupación del agotamiento de los recursos que provee la naturaleza, con el estudio que encomendó el Club de Roma al MIT (Massachusetts Institute of Technology) en cabeza del profesor Dennis L. Meadows el cual arrojó el informe denominado, ‘Los límites del crecimiento’.