Lo que cuento a continuación
no es mi opinión, es solo un relato de lo que veo en mi desempeño como asesor
en la Cámara de Representantes y parto que contar lo que se ve como se ve, no
es patear la lonchera, sólo es la verdadera ley 5ta de 1992 (Reglamento del
Congreso), y esa es la práctica de los artículos constitucionales 150, 151,
152, 153, 154 y Ss.
Gracias a la magnitud, a lo
que representa para la institucionalidad jurídica del Estado colombiano, hay
revoloteo noticioso, ético, político, moral, por la denominada reforma a la
justicia, exactamente por su trámite (vicios de forma que han hecho una
adicción de fondo), salvo algunos columnistas que no estaban de acuerdo,
contados congresistas que se opusieron desde el primer debate, el asunto no
había tenido trascendencia, como todas las leyes que se aprueban, no se les
había puesto atención; es más, si no es el presidente de la república quién
hace la declaración todo hubiera sido una normal conciliación, un acto
legislativo más que contrasta con la Constitución, que con los más audaces
argumentos hasta la misma Corte Constitucional la hace ser coherente con la
carta política. No entraré en detalles sobre lo que dice o dejó de decir esta
reforma, sino que quiero centrarme en el oficio poco serio que realiza el Congreso
en materia legislativa, actividad que arroja como resultado leyes o actos
legislativos no serios, que pueden ser cumplidos o incumplidos, quitándole toda
eficacia a las normas jurídicas.
Actividad que se vive en el
día a día, en lo cotidiano, en los salones de comisiones y en los salones de
las plenarias de Cámara y Senado, con una sola cara: hoy no hay comisión por x
o y motivo, hoy cancelaron la plenaria, mañana citaron para por la tarde, por
la tarde jugó la selección y levantaron la plenaria momentos antes del partido,
citaron para las 10:00 a.m. pero comienza las 11:40 a.m., ¡ay! ya para qué voy
si ya es hora de almuerzo y cuanta artimaña se presente para evitar o excusarse
de llevar a cabo sus funciones naturales de Legislador, para luego a dos
semanas de terminarse el periodo legislativo (palabra que solo tiene peso en
los textos jurídicos pero para nada en la realidad nacional) citar a sesiones
más días, salir a altas horas de la noche y aprobar leyes de forma afanosa y
rápida, para no tener que citar a sesiones extraordinarias porque se les tiran las
vacaciones a los congresistas. La palabra congresista es otra que no significa
nada en este país, ser Representante a la cámara o Senador (salvo algunos 10 de
los 268, y digo 10 exagerando) solo sirve para visitar lugares paupérrimos
donde aun se les hace reverencia, incluso, en la ciudad cualquiera de ellos
puede pasar inadvertido.
Como no estoy dando mi
opinión sino solo contando lo que veo, sigo contando y contando les cuento que
para aprobar las leyes no leen los proyectos, los ponentes hablan y hablan
explicándolos pero nadie más los lee, llega un congresista desprevenido y
pregunta: ¿qué están votando? El otro responde: tal proyecto, vótalo si o no (según
el interés), ¿pero de qué se trata? No importa, luego te cuento, vota que van a
cerrar el registro; y esas son las leyes que nos rigen.
Esto sucede con todas las
leyes o actos legislativos, por lo mismo me atrevo a decir que la mayoría de
leyes tienen vicios de forma, ese vicio es una adicción para el Congreso, la
vida política se encarna en las leyes de forma literal, leyes así, hacen la
mejor descripción de un país, y el presidente de la República como todos sus
sucesores, lavándose las manos afirmando que no sabía, los presidentes de
Cámara y Senado tampoco sabían, los conciliadores tampoco, los ministros
tampoco, entonces ¿quién sabe? Sólo falta que uno de los Congresistas creyentes
salga diciendo: sólo Dios sabe y por eso tenemos que cumplir esa reforma. Los
invito a la desobediencia civil.