Un muro. Un dibujo. Un artista. Una pintura. Letras gordas. Espacio público. Expresión social. Subcultura. Un tombo. Un arma. Un cobarde. Un disparo. Zas. Pum. Un grafiti manchado con pólvora. Un Policía untado con la pintura del crimen. Un cuerpo caído. Otro que corre. Un artista social muerto. Un asesino disfrazado muy vivo. Un enfrentamiento. Un grafitero. Un gatillero.
Diego pinta grafitis y nunca ha entendido ese arte, le resulta incomprensible. Como artista profesional se sumerge en él para indagar, innovar, estructurar, crear, detalle a detalle, cuadro a cuadro, letra a letra. Su mamá le dice que por qué se dedica a esos artes tan extraños, tan poco serios, como todo artista es terco le dice que lo deje grafitear tranquilo, que no lo moleste y le manda un disparo de sonrisa y besos.
Un día tenía pensado realizar el mejor grafiti que se haya hecho en homenaje a José María Sierra más conocido como Pepe Sierra, eligió el lugar perfecto, la Avenida Pepe Sierra con Boyacá, su mamá le dijo que no escogiera lugares tan extraños y avenidas tan extrañas, él terco le dice que lo deje grafitear tranquilo, que no lo moleste y le manda un disparo de sonrisa y besos.
Wilmer es un cuidador del orden en la ciudad paranoide, nerviosa y agobiada llamada Bogotá Azul o Distrito Cardenal, no sé igual cualquiera de los dos no le quita la cara de puta, uniformado, pelo corto, disciplinado, patrulla por la ciudad, muestra resultados en una ciudad sin resultado, en el comando le dieron una pistola para defenderse, para defender a los demás de los vándalos, delincuentes y bandidos.
Una mañana salió de su casa con su uniforme verde evocando a rin rin renacuajo muy tieso y muy majo y su mamá le dice que capture a todos los delincuentes de la ciudad, que mejore el orden, que sea ascendido, que sea condecorado, que use su arma para defenderse y defender a los demás de tanta ladronería, de tanto desadaptado y le da la bendición para alejarlo de todo mal y peligro.
Esa mañana de ese día Diego y Wilmer, uno pintando el otro patrullando, no sabían que iban a conocerse y menos que sus vidas cambiarían para siempre a partir de ese encuentro. Se encontraron sus vidas predestinadas, prediseñadas por el plan divino, el plan social, el plan de la limpieza social. Wilmer ese día se dio cuenta que pintar las paredes es malo, es un acto de vandalismo, más si el acto lo realiza un grafitero que tuvo romance con su novia, es un agravante.
Wilmer vestido de autoridad cayó en la trampa que a todos nos tiene tendida la humanidad, el dolor que no tiene cura, el dolor del corazón que está incrustado en todos los cuerpos animales incluido el humano, no importa qué vestido te pongas tarde o temprano ese dolor se convierte en ira y motor de tus actos, como lo fue del momento que le disparó a Diego. Una bala perdida y otra gran pérdida para la ciudad: una especie de su biodiversidad animal urbana muerta.
Nadie ha entendido que no se trató de un grafitero, tampoco de un gatillero, solo fue el encuentro de dos instintos salvajes, dos emociones humanas intensamente encontradas, dos especies de animales urbanos que la supervivencia obliga al sacrificio del otro, otro efecto del cambio climático, otro efecto de uniformar de autoridad y dotar de armas a la plaga invasora de los tombos.
Todo fue falso y verdadero, verdadero porque era un grafitero, una especie que circunda los zoológicos urbanos adecuando su ecosistema pintando su alrededor, una expresión urbana de las pinturas rupestres que dejaron en las cavernas y las rocas los humanoides de la época prehistórica. Falso porque no fue un policía, fue un tombo disfrazado de policía, una especie animal muy cercana a las hienas que no les gusta el orden porque con este su especie se extinguiría.