martes, 4 de marzo de 2014

Andrés Caicedo y su muerte por desamor.

Andrés Caicedo, más muerto que vivo, lo cual lo hace más vivo que muerto, por lo menos en lo literario, llega a los 37 años de haber tomado la decisión de matarse, de haber tomado 60 pastillas de seconal – cifra y sustancia inolvidable, sonora, prosaica – tomarse el tiempo para ingerirlas, tomarse las pastillas en corto tiempo y, que ese tiempito permanezca en la atmósfera de su familia, de sus amigos, de sus lectores, de la literatura colombiana, no marcan precisamente una admiración ni un misterio, es sólo que los que seguimos acá de este lado, lo vemos como un acto el cual queremos encasillar según nuestras preferencias, nuestros anteojos y a eso se le llama tomar posición, mi posición. Dudo que se haya querido matar, dudo que se haya matado por seguir lo que un día había dicho : ‘vivir después de los veinticinco años es una vergüenza, es deshonesto, es una insensatez, después de los veinticinco se pierde toda capacidad de sorprenderse, se cae en el sin razón de la vida’. Siempre he descreido de los suicidas que se quitan la vida porque esta no tiene sentido, creo en el suicida que lo hace por una causa superior, por ejemplo: orgullo, amor, depresión, miedo, angustia, llamar la atención, etc, que convierten a esas sensaciones el único sentido de su vida, la única razón para vivir y al no poder eliminarlas, entonces, morir; tomar esa decisión, como toda decisión no es fácil, porque al final lo que se quiere eliminar es esa sensación que domina, esa emoción que arrastra y la única solución es eliminarse del todo, por completo. Para mi, Luis Andrés Caicedo Estela se mató por amor, o sea por desamor, por el desamor de Patricia Restrepo, porque la convirtió en la única razón de su vida – lo cual no es amor, porque uno ama de verdad a alguien sino lo convierte en el centro directo de su universo, si le hace saber que está dispuesto a abandonarlo por una causa superior – y ella tenía otras causas para vivir, para seguir.

Hasta el último día de su vida, el 4 de marzo de 1977, Andrés Caicedo escribió sobre cine, amor y música. Lo último que escribió estaba dirigido a su novia-esposa Patricia Restrepo; con el corazón en vilo, con la angustia de saber que su tiempo acababa mientras se tomaba una a una las 60 pastillas de seconal, redactó: Patricia, mi amor único, mi vida entera, mi redención y mi agonía. Desnudando su ser como lo hacen los que viven con la insuficiencia del mundo dentro de la cabeza y tratan de hacer lo imposible por cambiar, por solicitar ayuda pero nadie lo puede hacer porque para los demás cuando uno piensa sobre la existencia se es un raro, un loco, un tostado. Seguía escribiendo mientras seguía tomando pastillas de seconal: está bien, déjame, pero concédeme la tranquilidad de no volver a pensar en ti jamás, tú eres mi dulce, mi bella, mi placenteramente insoportable perdición. Ya sabía que no había nada que hacer, ya las pastillas hacían efecto, no había nada que hacer con Patricia ni con su vida.

La carta final en su último párrafo resume la metáfora de su vida, es una sentencia, es su despedida, es la respuesta de su muerte, la verdadera causa, el amor que creyó sentir: si no estoy contigo llevaré supongo una especie de anti-vida, de vida en reverso, del polo negativo de la felicidad. Pero sale el sol, ¿estarás por aquí cerca? Ahora salgo a buscarte amor mío.