Tener que hablar del proceso
de paz y pensar en elecciones es lo que ha sucedido siempre en la historia
reciente de Colombia.
Lo primero es que ni el mas
calculador de los mandatarios de la historia universal, hubiera podido llegar a
sentar a dos fuerzas no tan antagónicas, como el gobierno y las FARC en época
de elecciones, para lo cual, es más sensato decir que se trata de una coincidencia
y, no de un logro de Juan Manuel Santos que el tema del proceso de paz se haya
convertido en el ícono de las próximas elecciones, su punto en común; es más,
puede interpretarse tal coincidencia como un error político si Juan Manuel
llegara a perder. No creo que estemos volviendo al año 1998, campaña entre Horacio
Serpa y Andrés Pastrana, no volvemos lo que ocurre es que no hemos salido de
allí, desde hace mucho y, más agudo, desde ese año las FARC han sido quienes
han marcado la tendencia electoral, es decir, la posición que se tome frente a
ellas ha sido la campaña exitosa a la presidencia de nuestra república. Antes
del 98, los que marcaban esa tendencia eran los carteles de la cocaína, con
nombre propio, Pablo Escobar y los hermanos Rodriguez Orejuela, insisto, la
posición que tomara un candidato presidencial frente a ellos, determinaba su
éxito o su fracaso en las urnas. En lo mismo estamos hoy. Pero a diferencia de
las anteriores elecciones, las de los años 90 para acá, éstas, las últimas y las
que vienen, las que ya pasaron y las que vendrán, han tomado un giro, para unos
sorpresivo, para otros apenas obvio, porque se han presentado dos posiciones diferentes
frente a las FARC bajo una misma bandera.
El paso de la seguridad
democrática a la prosperidad democrática, desde la campaña a la presidencia del
periodo que inició en el año 2010, ha sido un paso traicionero, tartufo y
denigrante, porque como escudero del gobierno anterior Juan Manuel Santos no ha
seguido como presidente lo que hacía como ministro. Sobre esto una sola
explicación es suficiente, una cosa es ser mandado y otra cosa mandar, y eso
tiene como conclusión que un ministro es solo el primer ciudadano que debe
obedecer al mandatario de turno para proteger su empleo, no más. El gran
ministro de un periodo presidencial no es siempre el presidente asegurado del
siguiente. Pero en el 2010 sí ocurrió. Sin embargo, no es la tradición, no es
la experiencia política que vive el país, es decir, estamos improvisando. César
Gaviria, Ministro de Hacienda (es el único caso de la historia reciente pero
con el asunto de la muerte de Luis Carlos Galán de por medio), Ernesto Samper
embajador en España, Andrés Pastrana alcalde de Bogotá, Alvaro Uribe gobernador de Antioquia, claro todos antes
congresistas, parece mas bien que el trampolín es el Congreso y no un
ministerio, pero en el caso de Santos no fue así.
Ese paso ha sido
contradictorio, Santos es elegido presidente porque va seguir con las banderas
de la política de seguridad democrática – es el argumento de los que lo
consideran un traicionero –, en otras
palabras, seguir el camino militar para terminar el conflicto armado, derrotar
al enemigo en su entorno natural, las balas y las bajas. Pero un momento, ¿acaso
el famoso guiño presidencial no se le destinó a Andrés Felipe Arias, el leal,
el escudero, el uribito como lo llaman orgullasemente algunos, peyorativamente
otros, el pincher Arias, otros fulanos irrespetando a los caninos de tan noble
raza? Lo de la traición es un invento de Uribe para desprestigiar a Santos pero
no sus políticas, igual que su pregonada impunidad que resultará del proceso de
paz, solo busca el desprestigio de Santos y no del proceso en sí. Para nada
reprochable ya que eso es hacer política en nuestro país, conseguir votos,
adeptos, seguidores, masas y como en el amor, la estrategia mas baja pero más
contundente es hablar mal de su contendor.
El giro: el proceso de paz, la
salida negociada al conflicto armado, sentarse a hablar mientras siguen las
balas y las bajas de ambos bandos. Seguir la relación sentimental sabiendo y permitiendo
la infidelidad. Se busca la cura, pero no se está de acuerdo con el remedio, el
miedo de los espacios políticos a los delincuentes políticos no es el medio para
lograr el objetivo de la paz – dicen unos –, tampoco lo son las balas – dicen otros
–, polarizados estamos, blindados cada uno con su posición sin ceder, pero cada
exponente de cada extremo afirma que las FARC deben ceder, deben ceder a pagar
con penas sus delitos o ceder a dejar las armas por la vida civil, exigir ceder
sin ceder, ¿qué paz se puede lograr así?
¿Cuántos procesos de paz con
las FARC hemos intentado? No sé, no quiero preguntar, no quiero buscar en
Internet, lo que sé es que cada intento siempre ha sido y será una oportunidad
histórica para empezar a ser otra Colombia, quiero decir: la recuperación
sentados hablando, dialogando siempre va ser más llevadera que la recuperación
a punta de disparos y bombas. ¿Cuántas estrategias militares?, ¿cuantas balas?,
¿cuantas bajas? La preocupación igual de importante que se situa en quién
muere, debe ponerse en quién dispara, así sea del bando de la violencia
legítima, y una violencia es legítima cuando lo que menos usa es la violencia y,
no lo es, cuando esa violencia se deslegitima, una violencia se deslegitima
cuando pone su énfasis en las víctimas y olvida a los victimarios o viceversa.
Entonces, no es cierto que
la lucha armada por llegar al poder ha perdido el rumbo, porque es lo que ha
legitimado las campañas electorales, el evento político más importante después
de las elecciones y, eso es lo que debemos condenar, hacer campaña con las FARC
o con la paz, (curioso que estas palabras tengan que ir juntas) porque usar su posible
terminación, la terminación de la lucha armada, de la subversión, del conflicto
armado, de la guerra, la consecución de la paz como bandera electoral, como
muletilla de campaña, como estrategia publicitaria de un movimiento político,
de un partido político, es mas bajo que hacer política o intentar el amor de
alguien hablando mal de su contrincante.
Debemos hacer de la paz algo
que esté por encima de eso y no, tampoco, eso no es así, debemos hacer la paz
por debajo de eso, quiero decir: las bases de la sociedad deben ser la paz
misma, la paz que no desaparezca, una paz que no sea como la seguridad
democrática, que en menos de un año se esfumó, una paz que supere elecciones,
candidatos, enemigos, opositores, eso es lo que está en juego y, mientras no se
tome en serio, la paz solo será un anhelo que sirve para ganar elecciones o la
piedra en el zapato de sus opositores y no la base estable del sistema social.