sábado, 27 de abril de 2013

El proceso electoral y su paz en el zapato.



Tener que hablar del proceso de paz y pensar en elecciones es lo que ha sucedido siempre en la historia reciente de Colombia.
Lo primero es que ni el mas calculador de los mandatarios de la historia universal, hubiera podido llegar a sentar a dos fuerzas no tan antagónicas, como el gobierno y las FARC en época de elecciones, para lo cual, es más sensato decir que se trata de una coincidencia y, no de un logro de Juan Manuel Santos que el tema del proceso de paz se haya convertido en el ícono de las próximas elecciones, su punto en común; es más, puede interpretarse tal coincidencia como un error político si Juan Manuel llegara a perder. No creo que estemos volviendo al año 1998, campaña entre Horacio Serpa y Andrés Pastrana, no volvemos lo que ocurre es que no hemos salido de allí, desde hace mucho y, más agudo, desde ese año las FARC han sido quienes han marcado la tendencia electoral, es decir, la posición que se tome frente a ellas ha sido la campaña exitosa a la presidencia de nuestra república. Antes del 98, los que marcaban esa tendencia eran los carteles de la cocaína, con nombre propio, Pablo Escobar y los hermanos Rodriguez Orejuela, insisto, la posición que tomara un candidato presidencial frente a ellos, determinaba su éxito o su fracaso en las urnas. En lo mismo estamos hoy. Pero a diferencia de las anteriores elecciones, las de los años 90 para acá, éstas, las últimas y las que vienen, las que ya pasaron y las que vendrán, han tomado un giro, para unos sorpresivo, para otros apenas obvio, porque se han presentado dos posiciones diferentes frente a las FARC bajo una misma bandera.
El paso de la seguridad democrática a la prosperidad democrática, desde la campaña a la presidencia del periodo que inició en el año 2010, ha sido un paso traicionero, tartufo y denigrante, porque como escudero del gobierno anterior Juan Manuel Santos no ha seguido como presidente lo que hacía como ministro. Sobre esto una sola explicación es suficiente, una cosa es ser mandado y otra cosa mandar, y eso tiene como conclusión que un ministro es solo el primer ciudadano que debe obedecer al mandatario de turno para proteger su empleo, no más. El gran ministro de un periodo presidencial no es siempre el presidente asegurado del siguiente. Pero en el 2010 sí ocurrió. Sin embargo, no es la tradición, no es la experiencia política que vive el país, es decir, estamos improvisando. César Gaviria, Ministro de Hacienda (es el único caso de la historia reciente pero con el asunto de la muerte de Luis Carlos Galán de por medio), Ernesto Samper embajador en España, Andrés Pastrana alcalde de Bogotá, Alvaro Uribe  gobernador de Antioquia, claro todos antes congresistas, parece mas bien que el trampolín es el Congreso y no un ministerio, pero en el caso de Santos no fue así.
Ese paso ha sido contradictorio, Santos es elegido presidente porque va seguir con las banderas de la política de seguridad democrática – es el argumento de los que lo consideran un traicionero –,  en otras palabras, seguir el camino militar para terminar el conflicto armado, derrotar al enemigo en su entorno natural, las balas y las bajas. Pero un momento, ¿acaso el famoso guiño presidencial no se le destinó a Andrés Felipe Arias, el leal, el escudero, el uribito como lo llaman orgullasemente algunos, peyorativamente otros, el pincher Arias, otros fulanos irrespetando a los caninos de tan noble raza? Lo de la traición es un invento de Uribe para desprestigiar a Santos pero no sus políticas, igual que su pregonada impunidad que resultará del proceso de paz, solo busca el desprestigio de Santos y no del proceso en sí. Para nada reprochable ya que eso es hacer política en nuestro país, conseguir votos, adeptos, seguidores, masas y como en el amor, la estrategia mas baja pero más contundente es hablar mal de su contendor.
El giro: el proceso de paz, la salida negociada al conflicto armado, sentarse a hablar mientras siguen las balas y las bajas de ambos bandos. Seguir la relación sentimental sabiendo y permitiendo la infidelidad. Se busca la cura, pero no se está de acuerdo con el remedio, el miedo de los espacios políticos a los delincuentes políticos no es el medio para lograr el objetivo de la paz – dicen unos –, tampoco lo son las balas – dicen otros –, polarizados estamos, blindados cada uno con su posición sin ceder, pero cada exponente de cada extremo afirma que las FARC deben ceder, deben ceder a pagar con penas sus delitos o ceder a dejar las armas por la vida civil, exigir ceder sin ceder, ¿qué paz se puede lograr así?
¿Cuántos procesos de paz con las FARC hemos intentado? No sé, no quiero preguntar, no quiero buscar en Internet, lo que sé es que cada intento siempre ha sido y será una oportunidad histórica para empezar a ser otra Colombia, quiero decir: la recuperación sentados hablando, dialogando siempre va ser más llevadera que la recuperación a punta de disparos y bombas. ¿Cuántas estrategias militares?, ¿cuantas balas?, ¿cuantas bajas? La preocupación igual de importante que se situa en quién muere, debe ponerse en quién dispara, así sea del bando de la violencia legítima, y una violencia es legítima cuando lo que menos usa es la violencia y, no lo es, cuando esa violencia se deslegitima, una violencia se deslegitima cuando pone su énfasis en las víctimas y olvida a los victimarios o viceversa.
Entonces, no es cierto que la lucha armada por llegar al poder ha perdido el rumbo, porque es lo que ha legitimado las campañas electorales, el evento político más importante después de las elecciones y, eso es lo que debemos condenar, hacer campaña con las FARC o con la paz, (curioso que estas palabras tengan que ir juntas) porque usar su posible terminación, la terminación de la lucha armada, de la subversión, del conflicto armado, de la guerra, la consecución de la paz como bandera electoral, como muletilla de campaña, como estrategia publicitaria de un movimiento político, de un partido político, es mas bajo que hacer política o intentar el amor de alguien hablando mal de su contrincante.
Debemos hacer de la paz algo que esté por encima de eso y no, tampoco, eso no es así, debemos hacer la paz por debajo de eso, quiero decir: las bases de la sociedad deben ser la paz misma, la paz que no desaparezca, una paz que no sea como la seguridad democrática, que en menos de un año se esfumó, una paz que supere elecciones, candidatos, enemigos, opositores, eso es lo que está en juego y, mientras no se tome en serio, la paz solo será un anhelo que sirve para ganar elecciones o la piedra en el zapato de sus opositores y no la base estable del sistema social.